Extraña coincidencia dirán algunos, «astucia de la razón» replicarán
signo a mis ojos del espíritu republicano que nos une y que
le anima, señor diputado alcalde. A decir verdad, no pensaba
un día inaugurar una avenida que lleva mi apellido.
Haber dado su nombre a un bulevar cercano
y de la Casa de las Ciencias Humanas
habría seducido sin duda al hombre de cultura que fue, él que amaba al
«abismo oscuro del tiempo» para retomar la expresión de Buffon y que
tenía para la literatura una pasión no fingida.
Siempre me ha parecido que la onomástica de los nombres de las calles y de las plazas
daba a las ciudades una dimensión singular: la de la historia y de la
continuidad, la del tiempo largo y de la inscripción en una memoria. Yo
sabe, señor Diputado Alcalde, que usted está empeñado en inscribir Niza en
esta dimensión. Lo demostraron ustedes en 2010, con ocasión del 150º
aniversario de la anexión de Niza a Francia (1860), que siguió
a los acuerdos negociados entre Napoleón III y Cavour y se obtuvo a continuación
de un plebiscito, que sé que fue más reñido de lo que se dice y que
dejó huellas en la memoria de Niza. La escultura conmemorativa
realizada por Bernar Venet con motivo de este aniversario
en una explanada que ahora lleva el nombre del Presidente Georges
Pompidou, esta bella figura de la meritocracia republicana y esta
encarnación de la ambición modernizadora que le anima, señor
Diputado Alcalde. Sé que otras denominaciones de vías están en proyecto
y no dudo que dibujarán un urbanismo marcado en la esquina de
la historia y la cultura.
Vía de comunicación esencial, este bulevar ha sido pensado y acondicionado
como un paseo paisajístico que combina la línea de tranvía,
varias alineaciones de ejes y alumbrado público de gran tamaño
artístico. Ilustra la «inteligencia del paisaje» que oigo
promover en mi acción cotidiana en el Ministerio de Cultura y
Comunicación. Basta con considerar todos los proyectos
arquitectónicos usados ayer y hoy por mi ministerio para medir el
camino recorrido.
En Niza, se debe al apoyo de François Mitterrand y de su ministro de la
Cultura de entonces - lo habéis recordado - de haber preservado la fachada
emblemática del Palacio del Mediterráneo. Hoy, la ambición que es
la mía se inscribe en el surco: la de un manifiesto para un paisaje de
calidad, un manifiesto que garantiza al gesto arquitectónico su fuerza y su
plenitud, un manifiesto que se inscribe en una herencia, dando forma
un paisaje. Los próximos logros no dejarán de
testimoniar: el Louvre-Lens, por la agencia Sanaa, el Mucem, por el arquitecto
Rudy Ricciotti, los Archivos Nacionales por Massimiliano Fuksas, todo
como la difusión y los trabajos del Taller Internacional del
París (AIGP).
En Francia, bibliotecas - ¡e incluso bibliotecas muy grandes! -
salas de espectáculos, plazas, calles llevan el nombre de Francisco
Mitterrand. Me alegro de que una metrópoli europea como Niza, fuerte
de su papel turístico y de su atractivo económico, fuerte de su vida
cultural y universitaria, haya hecho esta elección. Veo en ello el signo de un consenso,
una altura de vista, más allá de las divisiones partidistas: inscribir el nombre de
François Mitterrand en el territorio de la ciudad, no es ni avalar sus
opciones políticas, ni manifestar una visión partidista, es mostrar cuánto
se ha elevado a la altura de la historia en circunstancias a menudo
dramáticos: en la construcción de la «casa común»
europea, en la reconciliación con Alemania - simbolizada por la
de Helmut Kohl en el osario de Douaumont, en la
preservación de las instituciones de la V República durante dos períodos
de convivencia. Todo hombre lleva una parte de sombra, todo camino
política, sobre todo cuando abraza casi medio siglo, carga su lote
de rumores, pero también de errores, a veces de faltas.
Vuelve a los historiadores, como Eric Duhamel, uno de sus biógrafos,
comprender lo que él llamaba «la unidad de un hombre». Vuelve a las
y a los que reclaman de su acción política que procedan, si
desean, a un inventario y seguir su estela. Es responsabilidad de los
actores públicos y, en particular, a las ciudades, honrar al Presidente que fue y
que quedará ante la historia. La función presidencial, piedra angular de
nuestras instituciones, debe ser respetado y protegido: el Presidente encarna el
país, encarna la nación, es por así decirlo el rostro y la voz.
Conmemorar no es juzgar. Conmemorar no es hacer obras
de hagiografía. Al contrario, es apelar a la razón, a la conciencia
crítica, a la vigilancia del ciudadano sobre todos los episodios de nuestro pasado,
sin renunciar nunca al deber de inteligencia y de historia. La placa que
vamos a revelar participa de esta ambición: esta ambición al servicio
de la transmisión, está en el corazón de la idea que tengo de la
República, ella está en el corazón de la idea que tengo de la cultura.
Gracias