Sepan que lamento mucho no poder estar entre ustedes
la noche de la manifestación en homenaje a André Malraux.
Para todos los que celebran su memoria, siempre es paradójico
querer conmemorar el «conmemorativo» por excelencia, aquel que, sobre
marchas del Panteón, reinventaba la magia del verbo, prestando el talento
de su pluma y el timbre de su voz al eco de una grandeza elusiva,
que se llamaba a sí mismo a veces Francia, la humanidad o la nobleza del
mundo.
Detrás del escritor, detrás del ministro, no olvido al Resistente, el que
llevaba prendido a su chaqueta solo la cinta verde y negra del orden de la
Liberación. Pero como ministro en ejercicio, a quien se ha confiado la tarea
poco probable a seguir sus pasos, me apegaré a volver a aquel
para quien asumir esta función, era asumir el hecho de que
insignificante pasó». A menudo me guardo esta frase
en memoria.
André Malraux, es evidentemente el que habrá dado al ministerio
llamaba todavía «asuntos culturales» no solo la mayoría de sus
sus mayores ambiciones: la protección de nuestra
patrimonio, su enriquecimiento con las dationes, la desconcentración de
la acción del ministerio, el apoyo a los creadores, la democratización
cultural... habrá establecido los hitos esenciales de una entidad única en el mundo
que a veces llamaba «el artefacto gracioso», una casa que cuenta
hoy unos 30.000 agentes, cuya acción se despliega todavía,
de alguna manera, a la sombra de la estatua del Comendador.
Estuve en Amiens esta mañana para una importante reunión sobre el futuro
de nuestra cooperación internacional en el ámbito del cine,
especial para el cine africano, en esta Casa de la Cultura que fue
inaugurada por André Malraux en 1966. Aquel día, hace 35 años, había
evocado su deseo de desarrollar lo que podrá ser otra cosa que la
política en el orden del espíritu».
Detrás de sus fórmulas a veces sibilinas, siempre había este ministreprophète
que amaba sentir el aliento de lo universal, en cada una de sus
iniciativas, en cada uno de sus discursos, un soplo que siempre prevalecía
sobre los temas temporales que ponía en sus famosas «cajas verdes».
Cuando la burocracia enciende la maquinaria de sus leyes, de sus decretos,
de sus informes, siempre es bueno tener en cuenta esta preocupación permanente
de la altura de vista.
Los que conocen la calle de Valois saben que delante de la oficina del
ministro, hay esta galería de fotos de todos sus predecesores desde la
creación del ministerio - como pequeños sarcófagos en blanco y negro para
todos los que han ejercido esta función. Y luego se cruza la mirada del
primero de ellos. Siempre me gustó la idea de que el hombre a la derecha de De
Gaulle en el Consejo de Ministros era un ministro sin duda no
convencional.
En el momento en que se lee este mensaje, probablemente todavía estoy en
Senado, para defender el próximo presupuesto de la Cultura y la
Comunicación. Pienso en él, a menudo, en estas situaciones. Molesto por
los discursos presupuestarios de la cultura en la Asamblea Nacional, dejaba
rápidamente sus papeles para sus famosas improvisaciones que hacían
volver de inmediato todos los diputados a las tribunas. Como testimonia
todavía sus colaboradores, siempre encontraba el medio de escapar del
temporal, para recordar a sus oyentes, como hizo en Dakar, que una
cultura, es ante todo la actitud fundamental de un pueblo frente a
el universo. »
Era también el que tomaba toda la medida de la finitud de nuestras acciones.
«Que responda mi vida a estos dioses que se acuestan y a estas ciudades que
levantan, a este estruendo de acción que viene a batir el vapor como si fuera el
¿ruido eterno del mar, a tantas esperanzas vanas, a tantos amigos muertos? »
Quiero saludar cordialmente a todos los miembros de las Amistades
internacionales André Malraux, así como los numerosos voluntarios que
trabajan para mantener viva la memoria de quien nunca ha querido soltar
tomada con lo universal. El imaginario secular, es probablemente
la antítesis, es decir, la mayor creación de los hombres y el destino de
nuestra civilización es la lucha de los dos imaginarios: por una parte, el de los
máquinas de soñar, con su incalculable poder y el hecho de que tienen
emancipado el sueño y, por otra parte, lo que puede existir en frente y que no es
no es otra cosa que lo que antes llamaba la herencia de la nobleza
del mundo. »
Le doy las gracias.