Hace poco más de tres siglos y medio, un joven jesuita deja su
Alemania natal, presa de la Guerra de los Treinta Años, para refugiarse en
Aviñón. Allí crea un observatorio, enseña la gnomónica, la ciencia
relojes de sol. Se llamaba Athanasius Kircher, era uno de los más
grandes sabios de su tiempo. Ante los tormentos del mundo, Aviñón le
ofrecía el tiempo para la reflexión, la enseñanza, el tiempo para expresar su
deseo de saber.
Es también en estas tierras del Condado que Petrarca, algunos siglos más
temprano, inspirado por Platón, hizo del amor un puente entre lo profano y el
sagrado. Como humanista, trabajó por recuperar el hilo de un patrimonio antiguo
por el que toda Europa le debe tanto. Pic de la Mirandole decía de él:
le debemos en primer lugar haber hecho surgir de la tumba
de los godos las cartas desde hace mucho tiempo sepultadas. »
No lejos de aquí, y más cerca de nosotros en el tiempo, el poeta de la Isla
Sorgue nos dejaba un monumento de la literatura francesa del siglo XX
siglo: René Char, que supo recordarnos, a cada verso, cuánto
«Lo esencial está constantemente amenazado por lo insignificante».
Tres figuras europeas, tres puntos de radiación, entre tanto
otros, que habrán anclado su obra en estas tierras del Vaucluse. Tres
amargos para guiar nuestra navegación, para recordar a nuestras memorias el
tiempo de reflexión, la preocupación por la transmisión, la prevención contra el
sin sentido.
El tiempo de la reflexión, con Kircher, porque «la edad del acceso», para
retomar la expresión de Jeremy Rifkin, favorece el culto de la velocidad, del
digest, en la superficie de los saberes, a riesgo de no tomar el tiempo de
el buceo.
La preocupación por la transmisión, con Petrarca, porque en esta 'edad de
el acceso», la abundancia de información, la «hiperoferta» de contenidos,
pide nuevas mediaciones.
Defender finalmente, con René Char, lo esencial contra el vacío de sentido, porque
que en esta nueva profusión, el todo es no perder el gusto por
leer, escuchar, ver, no perder el gusto.
Estas tres cuestiones constituyen el núcleo de esta nueva ecología que necesitamos
inventar entre la economía y la cultura, para que puedan implicarse en
el otro sin perder de vista lo que desde hace tantos siglos fundamenta nuestros valores.
Una ecología que se está perfilando, emergiendo poco a poco, y
Foro de Aviñón, cada año desde 2008, nos da el eco, el tiempo
de un encuentro.
Reunir a los actores de la cultura, las industrias creativas, la
la economía y los medios de comunicación, para explorar no solo la dimensión
cultural, pero también el papel de la cohesión social y
creación de puestos de trabajo en los sectores culturales, esta es la apuesta que ha tenido éxito desde
de 4 años por los encuentros internacionales de Aviñón, con el apoyo de
mi ministerio.
Gracias a la presencia de más de 400 artistas, directores de empresa,
escritores, profesores, directores, políticos, filósofos,
estudiantes de universidades internacionales, representantes de la
industrias culturales, procedentes de todos los continentes, este laboratorio
cosmopolita será también este año el lugar de debates fructíferos,
de intercambios inéditos, pero también de propuestas concretas.
Si he deseado que nuestra reunión de Ministros de Cultura y de la
propiedad intelectual sobre el futuro de la creación en la era digital
se celebra en Aviñón, porque el Foro, esta cita de
referencia internacional, es capaz de ofrecer una prolongación estimulante,
por sus debates, por su bellísima programación cultural, a las conclusiones
de la Cumbre de Ministros.
El ecosistema en el que se desarrolla la economía de la creación es
plena mutación. Colocar esta gran transformación en el corazón de nuestros
reflexiones comunes sobre los retos del digital: esta es la ambición de
dicha Cumbre de Ministros de Cultura y de Propiedad Intelectual,
yo había propuesto aquí mismo el año pasado, y que el Presidente de la
República deseó en sus votos al mundo de la cultura.
Porque en estos tiempos de crisis económica internacional, el dinamismo
de la creación cultural es un factor clave de crecimiento y empleo, que
Europa representa casi 900000 millones de euros de actividad y más de 4
millones de empleos.
Porque debemos acompañar nuestras políticas culturales en este
y anticipar los efectos de la crisis actual sobre nuestros
industrias creativas, articulando los imperativos económicos, la reducción
déficit, y la atención a estas estructuras y empresas a veces frágiles que
están en el centro de nuestra vida cultural, de nuestros empleos, y a menudo
el atractivo de los territorios.
Porque más allá de su dimensión económica, la contribución sin
de nuestros creadores, escritores, músicos, actores,
compositores, editores a la diversidad cultural representa un verdadero
apuesta de civilización.
Ahora bien, la época que vivimos presenta, lo sabemos, rasgos
paradojas.
Ciertamente el digital democratiza el proceso de creación ofreciendo a un
gran número de aficionados o profesionales, confirmados o futuros,
la capacidad de realizar y difundir sus obras en soportes
desmaterializados.
Es cierto que la disponibilidad de los contenidos culturales se multiplica en Internet
y el acceso a catálogos simplificado, también para las obras más
exigentes. La prescripción, la recomendación cambian de reglas, se
reinventar, más allá de los círculos restringidos o autorizados, y para el
libro, para la música, para el cine, es una revolución del gusto que se
perfil, cuya dimensión democrática no me parece dudosa.
Incluso si el libro de papel todavía conserva su olor, y el vinilo su grano, fuerza
es reconocer que la edad de acceso es buena.
Sin embargo, en retrospectiva y con la experiencia de algunos sectores,
que lo digital altera el equilibrio tradicional de los actores y vuelve a
causa los modelos comerciales preexistentes; sabemos que esta
la mutación conlleva nuevos riesgos, que a veces acarrea
nuevos desequilibrios que pueden perjudicar el respeto de los derechos
de los creadores y a la economía de la creación; conocemos las
tensiones que atraviesan esta «tercera globalización» de la que ha hablado el
Presidente de la República en la apertura del e-G8 en abril, y
la necesidad de compatibilizar la promesa del acceso y la
preservación del poder creativo de los que deleitan al mundo,
conciliar el sueño del catálogo digital infinito con el derecho de los creadores.
¿Cuáles son las buenas prácticas en la promoción de
modelos económicos innovadores, capaces de favorecer eficazmente
desarrollo de ofertas de contenidos culturales que respeten el
derechos de autor?
Qué lecciones se pueden extraer de las experiencias que se llevan a cabo a escala
nacionales para reforzar la protección de los derechos de propiedad intelectual
y asegurar así su efectividad?
En el momento de los proyectos de bibliotecas digitales universales,
reinventando, incluso en sus contradicciones, la utopía de la República de
de la Ilustración, cómo lograr que las
asociaciones público-privadas para la digitalización y la difusión del patrimonio
sean equitativas y respeten su carácter inalienable, y
universal?
Más allá de la cuestión del acceso a las obras y de su disponibilidad en línea,
cómo crear las condiciones para el desarrollo de un ecosistema
garantizando la constante renovación de la creación en su diversidad?
Estas son, entre otras, las preguntas que he querido plantear en
el orden del día de dicha cumbre.
A todas estas preguntas, ciertamente no hay una respuesta única, y
no subestima la diversidad de modelos y tradiciones jurídicas
nacionales. Esta diversidad está ampliamente representada aquí, lo que
constituye una fuente de enriquecimiento formidable para nuestros debates.
Sin embargo, estoy convencido de que entre nuestros diferentes enfoques,
pasarelas, las convergencias, son particularmente numerosas. En
así como iniciativas para la aplicación efectiva de los derechos de autor
observados en todos los continentes: evidentemente, el debate ya no es
saber si es urgente reducir la piratería, pero cómo lograrlo
mejor.
También estoy convencido de que lo que vale en otros ámbitos es
más relevante que nunca en el ámbito cultural, en un momento en que la difusión
y el acceso a las obras artísticas constituye una de las primeras
motivaciones del uso de Internet: el espacio sin fronteras de Internet
no se conforma con enfoques puramente nacionales. Los Casandro
crepuscular del repliegue sobre sí mismos son sin duda hoy los únicos a
creer todavía.
En este momento de cambio tecnológico, comercial e intelectual,
donde se vislumbra lo que se llama un nuevo capitalismo
«cognitivo», debemos inventar una nueva dinámica de
cooperación internacional, a fin de desarrollar una visión común,
principios de actuación comunes para la política en favor de la economía de la
creación en la era digital.
Este es el sentido de la declaración de los Jefes de Estado y de Gobierno
de su cumbre de los días 26 y 27 de mayo en Deauville
para mejorar los marcos jurídicos nacionales de protección de
de la propiedad intelectual para fortalecer la cooperación
fomentar la innovación en los servicios en línea y el acceso
al conocimiento. Es también el sentido de las conclusiones de la
reciente Conferencia de Londres sobre el Ciberespacio.
A la interconexión global en el ciberespacio, en este momento único en
la historia, portadora de la promesa de una disponibilidad cada vez mayor de
obras del arte y del espíritu, debe responder una responsabilidad compartida de
los gobiernos, las instituciones internacionales, los ciudadanos,
empresas digitales.
No se puede legislar sobre la Ilustración, pero se pueden establecer reglas del
juego para proteger el interés público», nos dice Robert Darnton.
Para Francia, se trata, naturalmente, en gran medida de la Unión
europea que esta responsabilidad compartida para el futuro de la
la era digital tiene vocación a materializarse. Ya lo es con este
magnífica herramienta que es Europeana, nuestra biblioteca digital, de la que
Estoy muy contento de que ya haya podido establecer vínculos estrechos con el
proyecto de biblioteca pública estadounidense, que acaba de lanzar Robert
Darnton. La Europa de la cultura es también, por supuesto, todas las obras de
la Agenda Digital, y si son numerosos e importantes, del
a la música, al audiovisual, a la reforma de la gestión colectiva y al
respeto de los derechos de autor. Desde la Directiva Televisión sin fronteras,
Europa ha logrado inventar una política audiovisual voluntarista para
favorecer el desarrollo de la producción audiovisual. El momento es
ahora llegó a definir las herramientas adecuadas para la era digital con
siempre la misma preocupación de recompensar y estimular la creación, factor de
diversidad cultural.
Son estas reglas del juego, es el sentido de esta responsabilidad con respecto a
la creación, y sus implicaciones concretas, que debemos profundizar
juntos, para reinventar nuestras políticas culturales en la era digital,
para seguir promoviendo una visión de la creación y la cultura
portadora de futuro.
Doy las gracias a todos los ministros de los 18 Estados representados y a los altos funcionarios
de la Comisión Europea, la OCDE, la OMPI y
la UNESCO y los grandes testigos del mundo de la cultura que han querido
participar en el lanzamiento de esta reflexión determinante para el futuro de la
creación cultural. Sin ella, «la sociedad del conocimiento»
nunca será más que una palabra en vano.