Alain Resnais encarnaba el cine francés.
Lo que nos queda de él, para siempre, es su talento, su generosidad, su imaginación fértil, lúdica, su mirada chispeante, la inteligencia de la narración. Un cineasta total, comprometido e inventivo.
Alain Resnais alimentaba una insaciable curiosidad por la cultura en todas sus formas: el teatro, el cómic que fue uno de los primeros en reconocer como arte mayor, la literatura... Había sabido como persona, interrogar la construcción del relato y contar. Probablemente porque le gustaban tanto los escritores y la literatura: Duras, Robbe-Grillet...
La música era una parte integral de cada una de sus creaciones, se piensa obviamente en la importancia de la composición de Hanns Eisler en Noche y Nieblapero también había devuelto sus cartas de nobleza a la canción francesa en un magnífico guiño a las melodías del XXeme siglo, que le había valido un inmenso éxito popular en Ya sabemos la canción.
En cuanto a la pintura, le había dedicado algunos de sus mejores cortometrajes.
Tomaba prestado de todas las artes para componer mejor el suyo.
Decididamente comprometido. La censura no lo perdonó. Las estatuas también mueren, realizado con Chris Marker contra el colonialismo cultural fue prohibido durante ocho años. Fue de todos los combates de nuestro siglo: el anti franquismo con Guernicala denuncia de la guerra de Argelia con Muriel o el tiempo de una vuelta, la oposición a la guerra en Vietnam, mayo 68 con los Cines que rodó en solidaridad con el movimiento.
Pero para muchos seguirá siendo el primer cineasta que representó lo irrepetible y nos dio a ver lo impensable con La noche y la niebla. ¿Cuántos niños de Francia y Europa han visto esta película, y a través de ella, el horror de la deportación?
La inteligencia del montaje, la voz blanca de Michel Bouquet leyendo el texto de Jean Cayrol... ¿Para cuántos jóvenes, esta película fue la primera y una de las experiencias más importantes de la historia a través del cine? La prueba de que el cine tiene algo que decir del mundo.
Cineasta de su tiempo, observador del siglo, de sus pequeñas cosas y de sus tragedias, llevaba en sí «toda la memoria del mundo».
Quien se atrevió a mostrar «el hierro que se ha vuelto vulnerable como la carne», «una ciudad entera levantada de tierra que cae en cenizas» en Hiroshima mi amor. Y la evidente necesidad de la memoria, la imperativa lucha «contra el horror de no comprender más el horror».
El tema de la Historia colectiva era siempre tan sujeto de su propia historia. Presentando a cada uno una pieza de memoria universal, permitía así a todos «poner a tope los fragmentos de un mismo secreto».
Alain Resnais había hecho del cine el campo de juego de sus audacias creativas y de sus experimentos. Para cada una de sus películas, cambiaba las reglas, las unidades, los decorados. Tenía el deseo de hacer cada vez una película diferente. A menudo, la imaginación superaba a la realidad porque encontraba mejor imaginar que identificar.
En cada película, Alain Resnais reinventa su dispositivo con la misma fantasía inagotable que le ha permitido crear hasta los últimos meses. A la manera de un Molière de la cámara.
En cada película transformaba a su familia de cine, con ternura y respeto, pero también con un gran sentido del humor, sentido del amor.
Él era un gran director de actores. Este júbilo para dirigir, para entrenar a otros en el juego de la narrativa, como estos personajes de Providencia transformados por la imaginación, haciendo que interpreten escenas idénticas con varias caras, y aquí mismo en esta iglesia, en situaciones diferentes, haciéndolos hablar o cantar. Él los magnificaba. Ustedes eran su familia, ustedes, queridas Sabine Azéma en primer lugar. Sus actores y sus técnicos eran su compañía. Y finalmente es cada uno de sus espectadores maravillados, a quienes ha embarcado alegremente en su humanismo jubilatorio. Porque la ligereza era para él una forma de respeto. La delicadeza era su elegancia, tanto en la vida como en la pantalla.
«Vendedor de nubes», como le gustaba describirse, trataba las cosas ligeras o graves con la misma gracia indefinible. Alain Resnais era un mago.
Un hombre comprometido con la ética irreprochable, que ha contribuido toda su vida a poner su talento creativo al servicio de una hermosa idea del hombre. Sus películas nos hicieron tocar con los ojos el terror de la historia. Nos educó en la tragedia, nos enseñó el rigor y la exigencia de la forma, pero también nos demostró la realidad de la felicidad. Está en sus películas. Tangible.
Por el recuerdo imperecedero que deja en cada una de nuestras memorias de espectador, de ciudadano, por la huella inmensa que ha dejado en el paisaje del cine francés y por los innumerables caminos que ha abierto a los que vienen después de él, Alain Resnais es un maestro insustituible.
Querido Alain Resnais, usted dijo en Providencia «Cada uno debería poder elegir su propia muerte».
Os fuisteis con los vuestros, rodeados de su amor. Pensamos en su familia, su hija Camille, su nieto Basilio, en Sabine Azéma, su familia de cine, sus compañeros.
Todos los franceses le dicen querido Alain Resnais, «¡Bravo y gracias! Gracias Alain Resnais».