Con Samuel Pisar se extinguió una voz profunda, justa y preciosa.

La voz de uno de los más jóvenes supervivientes de los campos de la muerte, deportado a los trece años, liberado a los dieciséis, vencedor de lo que él mismo había bautizado "su feroz duelo con el destino".
La voz de la Memoria de la Shoah, que no cesó de hacer oír hasta los últimos días de su existencia, siempre ansioso de decir a las generaciones que le siguieron que "su mundo podía derrumbarse", como se derrumbó el suyo, ansioso de llevar hasta su último aliento la lucha contra la barbarie.

Samuel Pisar era también el escritor, el autor de la Sangre de la Esperanza, portador de un eterno optimismo, y que, más allá de los horrores, celebraba también magníficamente la vida.
Era el políglota, el intelectual, el consejero de Kennedy, contra quien ferraría Raymond Aron.

Era un abogado de la humanidad y un hombre de paz. El mejor homenaje que podemos rendirle es proseguir incansablemente los combates que ha librado.

Expreso mis condolencias a su familia y a sus seres queridos.
París, 28 de julio de 2015