Con Lorin Maazel, desaparecido el 13 de julio, los músicos franceses, empezando por los de la Orquesta Nacional de Francia que dirigió de 1977 a 1991, lamentan la desaparición de un artista excepcional con el que compartieron algunas de sus mayores emociones artísticas. Su recuerdo sigue vivo para todos los amantes de la música que han tenido la alegría de asistir a los conciertos de este maestro intransigente pero profundamente humanista.

 

Heredero de Toscanini, el maestro podía transformar en evidencia las obras más monumentales de la música sinfónica. Bajo su batuta sabía transmitir a los músicos la impresión de una facilidad de ejecución de las páginas más complejas.  

 

Aunque era uno de los directores de orquesta más internacionales, siempre volvía a las fuentes de los compositores europeos y llevaba con aliento la música francesa. Le gustaba venir a dirigir a Francia, donde había nacido, y todavía había encantado a los amantes de la música del teatro de los Campos Elíseos en 2013 con la Filarmónica de Viena o en 2012 en la sala Pleyel a la cabeza de la orquesta de París.