Señor Presidente-Director del Museo del Louvre, estimado Henri LOYRETTE,Señor Presidente-Director General de EIFFAGE (Jean-François ROVERATO),Señor Presidente de MAZARS (Patrick de CAMBOURG)Señor Gobernador del BANCO DE FRANCIA (Christian NOYER)Señor Presidente de la SOCIEDAD DE AMIGOS DEL LOUVRE, querido Marc FUMAROLI, señoras y señores,
Se oyen muchas cosas sobre Francia, sobre la crisis - porque, como todo el mundo sabe, en nuestro país, los decónogos y otros «siniestros» van a buen ritmo... Pues bien, debo deciros que encuentro por mi parte bastante grato e incluso totalmente excepcional un país en el que se reúnen, como hoy, tantas personalidades eminentes - no me refiero al ministro de Cultura, cuya presencia es un deber... conjugado por supuesto a un inmenso placer - sí, tantas personas elegidas, iluminadas, conocedores, aficionados en el sentido pleno de la palabra, alrededor de un único cuadro... que es también un cuadro único - de un cuadro a todos los puntos de vista ejemplar.
Ejemplar, lo es ante todo por su belleza, que Marc FUMAROLI, siguiendo a los oradores anteriores, acaba de poner de relieve y de poner de relieve con la ciencia, la sensibilidad y el talento - el dominio inimitable de la «res literaria» que cada uno le conoce y le reconoce. El más clásico de nuestros pintores románticos, el más romántico de nuestros clásicos, INGRES es el maestro indiscutible del retrato que había sabido ver en él el visionario Charles BAUDELAIRE.
Este cuadro es también ejemplar por su situación histórica: es el retrato de un hombre oficial, el conde MOLÉ, de un ministro - mucho más importante, por supuesto, que un ministro de Cultura (aunque también ministro de Comunicación)ya que se trata de Asuntos Exteriores y luego digamos que la pátina siempre añade prestigio! - en un momento crucial que es el del romanticismo. Precisamente, lo que me sorprende también es que se trata de un retrato a la vez íntimo y político: se puede leer la Historia con una gran H, y al mismo tiempo la historia más secreta de un hombre, sobre cuyo rostro se adivina y descifra toda una gama de pasiones.
Hay sin duda, en filigrana, un simbólico discreto, pero penetrante: manos, ojos, luces y sombras. Encuentro en el traje, en la actitud, rasgos y signos que me hacen pensar en CHATEAUBRIAND, que fue su amigo, luego su enemigo (estas cosas suceden, al parecer en política...), pero también a tal hermoso retrato de TOCQUEVILLE, a GUIZOT, a muchas figuras de este período un poco mal amado, pero emocionante y determinante para nuestra historia. Aquí está, creo, el juego de una conjugación sutil entre los rasgos de una personalidad y los de una época, el diálogo de un Yo singular que es al mismo tiempo el espejo de un destino colectivo.
Pero este cuadro y estos momentos que compartimos me parecen ejemplares también por otras razones. Porque nos ofrece un momento de comunión en torno a la Cultura y a través de ella, en torno a un fragmento de nuestra historia y de una parte de nuestra memoria. Una comunión que tiene vocación a ampliarse - a sobrepasar los límites del «cenáculo» - como se decía entonces - para que todos puedan salir al encuentro del más prestigioso de los museos de Francia. ¿Podrá incluso unirse a las colecciones del LOUVRE en LENS para exponerse a otras miradas que las de los parisinos y los visitantes de la capital? Dejo esta elección a la discreción del Presidente Henri LOYRETTE, cuyo excelente trabajo encomio, y de los hombres y mujeres del arte cuya prerrogativa es ésta.
Esta comunión es también reflejo de la unión ejemplar de las fuerzas que han permitido que el Estado adquiriera este cuadro de uno de nuestros mayores maestros. Por primera vez - y me alegro - gracias a las nuevas leyes sobre el mecenazgo, la generosidad privada se ha asociado al esfuerzo público, también considerable, para la compra nacional de un bien cultural común. Quiero agradecer muy calurosamente a los tres prestigiosos establecimientos mecenas, sin los cuales esta adquisición no habría sido posible: MAZARS y su Presidente Patrick de CAMBOURG, que ya había permitido la adquisición de La Fuga en Egipto de Nicolas POUSSIN hace algunos años; el grupo EIFFAGE, así como su Presidente Jean-François ROVARETO, cuya Fundación «Construir juntos un mundo compartido» juega, aquí como para otras operaciones importantes, un papel determinante; el BANCO DE FRANCIA, naturalmente, y su Presidente Christian NOYER, un establecimiento que, fiel a la promesa de su nombre, contribuye a la protección y a la valorización del patrimonio nacional.
No olvido, por supuesto, querido Marc FUMAROLI, la contribución decisiva de la SOCIEDAD DE AMIGOS DEL LOUVRE, cuyo principio me parece también ejemplar, ya que a través de ella es cada suscriptor, cada aficionado del Louvre y, en el fondo, simbólicamente, cada francés, que aporta su piedra - preciosa - a la constitución de este tesoro.
Este modelo cruzado de financiación pública y privada, deseo que se desarrolle y que haga escuela, porque es una formidable palanca de desarrollo de nuestros museos, y porque nos permite superar las guerras y las brechas de otra época entre «privado» y «público». Debemos poner esta alianza de energías al servicio de una cultura no tanto para todos sino, como me gusta decir, para cada uno.
Por tanto, estamos aquí reunidos para contemplar juntos este cuadro, y al hacerlo en estas condiciones excepcionales, estamos haciendo sin duda algo más que eso. Damos vida a esta tradición francesa que concede un lugar importante, central, al arte y a la cultura, la que hizo del Ministerio de Cultura un pionero, en Europa y en el mundo, cuando se creó hace 50 años.
Sí, en un momento en que nos planteamos la cuestión de lo que nos une como franceses, estamos reunidos para mirar juntos un cuadro, un retrato de historia y de política. Es el signo de que la cultura es un elemento esencial de lo que yo llamaría, más que nuestra «identidad», una palabra que quizás tiende a fijar demasiado las cosas en lo idéntico, nuestra «personalidad nacional».
Por todas estas razones he venido, como aficionado y como vecino casi tanto como cualidades, a compartir con vosotros este momento de emoción y este «ejercicio de admiración». Lo he hecho para darle las gracias por su generosidad, a la que estoy seguro responderá el entusiasmo del público.