Con el helenista Jacqueline de Romilly desaparece una de las grandes mentes de nuestro tiempo. Su conocimiento, su penetración del mundo y de la cultura griegos eran tan profundos, tan completos, tan íntimos que le habían valido, además de los más grandes títulos y honores académicos, recibir en 1995 la nacionalidad griega y ser, algunos años más tarde, en 2001, nombrada Embajadora del Helenismo.
Primera mujer en entrar en el Collège de France, y también la segunda en ser elegida a la Academia francesa, Jacqueline de Romilly habrá conservado hasta el final de su existencia casi centenaria, un mismo entusiasmo, una misma pasión, una misma energía incansable para defender no sólo la enseñanza del griego y del latín, sino también la de nuestra lengua. Quería que las nuevas generaciones siguieran disponiendo de una lengua rica y diversificada, que conservaran el sentido de la palabra justa, de la que depende la calidad y la exactitud del pensamiento mismo.
Maestra en estas «humanidades» que enseñaba desde hacía tanto tiempo, Jacqueline de Romilly era ella misma el humanista por excelencia. Su ciencia del pasado la hacía una mujer eminentemente actual. Nos hacía gustar con incomparable talento las bellezas de un pensamiento y de un arte que están en el origen de la civilización europea. Así, nos ayudaba a ver mejor nuestro futuro.