Una de las figuras más brillantes y atractivas de la música antillana acaba de dejarnos.
En el clarinete y en el saxofón, en el piano, pero también en el acordeón o en la batería, Barel Coppet se hacía el intérprete fiel y siempre inspirado en el alma antillana y en la alegría de vivir de un ritmo universal. Era un maestro y un modelo para los jóvenes de Martinica deseosos de perpetuar una tradición musical de la que él era el guardián a la vez iluminado y vigilante.
Muy querido en Martinica y Guadalupe, Barel Coppet era también una auténtica figura de la vida parisina. En la capital, a principios de los años cincuenta, era el rey de la biguine. A los metropolitanos les hacía descubrir otra cultura, la de las islas, cultura indisociablemente otra y nuestra.