Con la desaparición de Jean Giraud, son, por así decirlo, dos grandes artistas que perdemos. Había uno que, bajo su propio nombre o el de Gir, creó la maravillosa serie del oeste Blueberry, desde hace mucho tiempo entró en el panteón de los grandes clásicos de la historieta.
Y había otro Jean Giraud, igualmente talentoso pero muy diferente del primero, un Giraud que se hacía llamar Moebius; un nombre que venía de otra parte, como de otra galaxia, y que parecía pertenecer a ese otro universo que no dejaba de explorar de álbum en álbum, un universo fantástico, onírico, de una belleza conmovedora a la vez. El universo de Arzach y el Incal.
Fue uno de los pocos dibujantes franceses que tuvo una dimensión internacional, que influyó en sus colegas americanos y también en grandes cineastas de ciencia ficción. El mayor autor de cómic francés en actividad supo dibujar como se escribe, supo hacer bocetos y tablas de verdaderas mitologías contemporáneas.
En 2010-2011 se le dedicó una hermosa retrospectiva a la Fundación Cartier para el Arte Contemporáneo. Se titulaba justamente Moebius Transe-Forme. Moebius era realmente uno de esos maestros que cambian la mirada de una generación. Con su esplendor y sus fulguraciones, hizo del cómic el noveno arte que ha acompañado mi existencia, al que el Festival Internacional de Angulema hace justicia cada año y al que he rendido homenaje en numerosas ocasiones como ministro.